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El futuro de la agricultura tiene que ser regenerativa

Foto del escritor: MUSAA MUSAA

Las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera sobrepasan cada año los niveles récord; los impactos medibles sobre varios procesos biofísicos planetarios han encendido las alertas en numerosos círculos científicos, políticos, sociales y agrícolas, visibles ya en la acidificación de los océanos, extinción masiva de especies, afectaciones en los ciclos hídricos, sequías prolongadas, incremento en la intensidad de huracanes, pérdidas de cosechas, poniendo también en jaque la producción agrícola, en especial los grandes monocultivos industriales, que a su vez son parte del problema y que aún siguen expandiéndose a pesar de estarse autodestruyendo al mermar las condiciones de su producción, mismas que emiten un tercio del CO2 acumulado en la atmósfera, y dada su homegeneidad genética son extremadamente vulnerables a la emergencia climática.


A pesar de este funesto panorama no se vislumbran acciones concretas y viables para neutralizar el sobrecalentamiento global. la causa es clara: El sistema productivista, que se niega a respetar los limites de la biosfera, va en contra de su lógica y ganancias, evidentemente a éste no le conviene implementar

cortes urgentes en las emisiones de carbono, pues estas medidas amenazan su propia existencia. Detener las emisiones antes de alcanzar el umbral de 1.5°C que conduciría a un estado de irreversibilidad climática, requiere un cambio revolucionario que va en contra del crecimiento económico y la hegemonía de las multinacionales. Para mantenerse bajo el umbral, los países del norte opulento tendrían que cortar sus emisiones de un mínimo del 10% por año, afectando sus niveles de despilfarro (a costa del sur global). Los cambios agrícolas necesarios requieren no sólo romper con las prácticas dañinas de monocultivos por medio de estrategias agroecológicas, sino también desmantelar el control de las multinacionales sobre el sistema alimentario, sobre las agricultoras, el sistema de producción basado en combustibles fósiles y las políticas agrarias atemporales que los ampara.


La respuesta miope de los grandes intereses es que la tecnología unida a la "magia" del mercado podrán solucionar la emergencia climática, (falacia que ni ellos se creen) promoviendo la ilusión de un crecimiento económico ilimitado que no impacta la naturaleza. Las grandes multinacionales de los alimentos y el agronegocio aprovechan estas crisis para reestructurarse con las mismas estrategias pero disfrazadas bajo el nombre de la agricultura climáticamente inteligente. Las prácticas que proponen priorizan la mitigación basadas en mercados de carbono por sobre la resiliencia socioecológica y la soberanía alimentaria. Los créditos de carbono favorecen a los agronegocios más contaminantes y las agricultoras que siguen prácticas que secuestran carbono, siguen estando en abismales desventajas.


La agricultura regenerativa plantea la conversión agroecológica de los sistemas de producción, y la creación de redes alternativas de alimentos saludables, accesibles y suficientes para todas las personas. La agroecología capitaliza en la experiencia de miles de campesinxs que utilizan policultivos y sistemas agroforestales que mitigan los riesgos frente a la emergencia climática. Numerosas experiencias demuestran que estos sistemas agroecológicos son más resistentes a los impactos de sequías y huracanes que los monocultivos, por tanto constituyen modelos que ofrecen una gama de diseños de manejo para reforzar la resiliencia de los agroecosistemas.


La agroecología plantea una visión oportuna y necesaria, radicalmente diferente a los sistemas alimentarios globalizados basados en la homogeneización, industrialización y medidas económicas cortoplacistas. Estos sistemas agroecológicos ya funcionando en muchos territorios se basan en sistemas familiares de escalas manejables, locales, biodiversos, autónomos, incrustados en territorios controlados por las comunidades y apoyados por consumidoras solidarias que saben que comer es a la vez un acto resiliente, político y ecológico.

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